El esqueleto de piedra del císter en el Valle de Manzanedo a tan sólo 44 km de la Casa del Páramo.

Fotografía de Cavok Drone










El monasterio de Santa María de Rioseco, se encuentra situado al comienzo del valle de Manzanedo, en una altura que domina al Ebro, junto a la carretera que asciende hasta San Martín del Rojo.


Estuvo habitado  durante siglos por monjes blancos” de la Orden del Císter, llamados así por su indumentaria, por contraposición a los monjes cluniacenses, conocidos como “monjes negros”.
Pero no siempre estuvo ubicado donde hoy lo contemplamos. Su primer establecimiento fue en Quintanajuar, entre Cernégula y Masa. En 1135, el rey Alfonso VII “el emperador” entregó el monasterio de Quintanajuar al monje Cristóbal, sobre el que los estudiosos no se ponen de acuerdo en si  era ya un “monje blanco”.

Los monasterios cistercienses supusieron un incipiente renacimiento cultural por su proyección espiritual inseparable de su proyecto de transformación político-social.
La comunidad cisterciense estaba perfectamente estratificada, conviviendo los monjes “oradores” o letrados y los legos o “conversos” que se ocupaban del trabajo en las granjas.
En sus mejores momentos  Rioseco debió contar aproximadamente con una comunidad de 100 personas, de las que 25 serían monjes y el resto conversos, novicios y criados.

Fotografía de Peña Solana.

En el recinto monástico estaban las dependencias de los monjes y separadas de estas la hospedería -donde se alojaban los viajeros- y el hospital, donde se cuidaba de los enfermos pobres. Asimismo los monjes se ocupaban de los indigentes que acudían al monasterio en busca de limosna, comida o ropa.
Fuera del convento se encontraban las familias que trabajaban en las granjas, ventas, molinos, y batanes.

Es importante recordar que los monjes de Rioseco crearon una explotación agrícola modélica, imponiendo en el Valle de Manzanedo los cultivos de trigo, viñedos y lino. También introdujeron los frutales en el Valle.
Destacó su plan ganadero, de ahí la importancia para los monjes de prados y bosques. La importancia de su plan hidráulico justifica la elección de situar el monasterio junto al río Ebro.

A partir de la desamortización, la desidia, el olvido y  el expolio convirtieron poco a poco al que fue un hermoso monasterio en unas peligrosas ruinas, motivo por el que en la década de los cincuenta los nietos de su comprador donaron las ruinas del cenobio al arzobispado de Burgos, su actual propietario. (...)


Ahora, dejar el coche en el pequeño espacio que hay en la carretera BU-V-5741, y subir el senderito apenas 300 metros, entre árboles y enredaderas enormes, para llegar y descubrir un escenario propio de una película o un cuento, NO TIENE PRECIO.


Para más información: http://monasterioderioseco.com/